IZAGAONDOA EN EL CAMINO DE SANTIAGO
Por Simeón Hidalgo Valencia (19 de Septiembre
de 2016)
Por
más que pasen los años,
por
más que duerman los siglos,
nuestros
pueblos desolados
guardan
huellas del camino.
…y ahí están
las huellas del paso de los peregrinos por Izagaondoa, camino de Santiago de
Compostela. Sólo hay que excavar con mente abierta para desenterrar los restos
fosilizados de esta ruta milenaria a su paso por el alargado y hermoso valle
custodiado por castillos y ermitas en los altos. Leguin, Irulegui, Izaga.
Los ojos
vigilantes de los hombres de guerra
defienden de los peligros materiales y los no menos importantes de Sancti
Cirici y Sancti Michaeli Archangeli desde el monte Hiiga vigilan, traspasan e
iluminan el alma de los peregrinos medievales para que sus pasos no tropiecen
en su propio mal.
San Quirico y San
Miguel en Izaga. Enfrente, más cercano a los problemas materiales del valle, la torre circular de Leguin y en el poche de
Lakidain, el castillo de Irulegui. Todos, desde sus puestos, se mantienen en
vela protegiendo las riadas de penitentes a Santiago. Corre el año de 1097.
Estamos en 2016
y han pasado ya 919 años. Las cosas han cambiado y pocos son los que se atreven
a salirse de las rutas oficiales que descienden desde Orreaga-Roncesvalles o
llegan hasta Sangüesa desde Somport y se encuentran en Puente la Reina-Gares desde
donde el camino se hace uno. Pocos son, digo, los que penetran en este valle
alargado, de pueblos fantasmas unos, envejecidos y casi despoblados otros y los
más afortunados encerrados en su propia endogamia. ¿Por qué molestar la paz y
la tranquilidad de sus pocos habitantes? ¿Por qué no dejarlos irse poco a poco
hasta que el territorio quede desierto?
Antes, cuando
la vida era en precario y había que defenderla con uñas y dientes, el peregrino
tenía que buscar los caminos y las rutas más seguras huyendo de la muerte, del
peligro de ser asaltado por bandoleros, de ser atacado por bestias salvajes, de
perderse o helarse de frío por subir puertos de montaña y muy pocos se
aventuraban a peregrinar en solitario y se organizaban en grupos para afrontar,
aún así, los avatares inciertos de su penitencia.
Entonces, sí,
los caminos de este valle de Izagaondoa eran andados porque desde
Orreaga-Roncesvalles para evitarse el puerto de Erro camino de Zubiri, había
quien prefería los senderos que bordeaban el río Urrobi y después el Irati y seguían
sus cursos hasta llegar a la villa de Aoiz, pasando por el señorío de Arce.
Desde Aoiz se dirigían atravesando Ekay, Villaveta y el señorío de Zuasti, al
paso o poche de Zuza y entraban en Izagaondoa y aquí tenían dos opciones. Una
seguir hacia Pamplona. La segunda caminar hacia la Villa de Monreal.
Quien optaba
por la primera podía seguir hasta Artaiz, y de aquí dirigirse hacia Lizarraga,
o también podía ir a Urroz de Izagaondoa, que era villa renombrada y buscar
acomodo, comida y reposo. Después marcharía hacia Idoate. La meta era la misma,
cruzar el poche de Lakidain, defendido por el castillo de Irulegui y pasar al
valle de Aranguren y seguir por Labiano o por Badostain hasta Pamplona, la
capital del reino.
Quien elegía
seguir hacia Monreal, desde Artaiz se dirigía a Najurieta y de aquí a Zorokiain
y podía descansar protegido en la noble y leal villa de Monreal a la sombra de
su fortaleza real. Después seguiría camino de Puente la Reina pasando por
Tiebas.
Y es en
Lizarraga donde hay uno de esos fósiles de los que hablaba al comienzo que se
convierte en prueba explícita de que lo que digo no es mera suposición, pues el
maestro tallador anónimo que esculpió los magníficos capiteles de su antigua
iglesia medieval dejó escrito en piedra que por aquí pasaban los peregrinos,
camino de Pamplona, después de atravesar en todo o en parte el valle de
Izagaondoa. Es tal su maestría que nos hace sentir como auténticos peregrinos a
quien contemplamos también ahora la escena y la sabemos leer, con el bordón en
la mano derecha para apoyo y defensa y caminando bajo el sol con decisión
afrontando los vericuetos de nuestra propia vida.
Los peregrinos
que venían desde Somport se dirigían a Sangüesa. Camino de Lumbier a través de
Liédena optarían por seguir la ruta natural para evitarse los peligros del
Puerto de Loiti, en la sierra de Izko, y encaminaban sus pasos hacia el Valle
de Izagaondoa que en esta época era ruta altamente transitada y estratégicamente
defendida. Con la idea puesta en Monreal llegarían a Induráin, lugar donde los
sanjuanistas tenían sede. Luego, por Guerguitián, Celigueta, Sangáriz y Lecaun
llegaban a Monreal.
Si uno de sus
objetivos era conocer la ciudad por antonomasia del Reino, atravesaban el Valle
de Izagaondoa hasta llegar a Artáiz y desde aquí, cruzando el portillo de
Lakidáin, seguían hasta Pamplona por el camino ya indicado.
Pues bien, en
este otro recorrido tenemos unos cuantos fósiles que nos hablan de tiempos
mejores de peregrinaje para el valle de Izagaondoa, cuando era valle abierto al
paso de las gentes y camino real de Pamplona a Sangüesa que pisaron reyes y
obispos, gentes de paz y gentes de guerra, seglares y clérigos, comerciantes y
ganaderos, agricultores y artesanos, mendicantes y bandoleros, que de todo
había en la viña del Señor.
Otro testimonio
fehaciente del esplendor de antaño. La encomienda sanjuanista de Indurain,
donde los peregrinos eran atendidos antes de emprender su nueva jornada. La
encomienda de Donamaría, de la Señora María, la madre de Jesús. Hoy se conserva
su iglesia y las dependencias aledañas. La morada de los pocos hermanos y del
hospital se han transformados en viviendas de fin de semana, pero a vista de
pájaro se adivina el recinto protegido.
Junto a la
encomienda y por las calles del lugar artistas anónimos han colocado detalles
de cuando esto era paso de peregrinos a Santiago que, bien atravesaban el valle
de este a oeste, como ha de ser el recorrido, o seguían camino de Monreal por
la ladera de la montaña para evitarse el Puerto de Loiti.
La primera
población a la que llegaban desde Indurain era Guerguitiain, donde un maestro
cantero rompió la norma medieval del anonimato y se dio a conocer en el centro
de uno de los capiteles de la iglesia de San Martín de Tours, santo del camino
por antonomasia, cuya devoción en la comarca es otra muestra palpable del camino. Este cantero
firmó a finales del XII o comienzos del XIII. Petrus me fecit escribió y
parece que él mismo fue peregrino, pues su estilo sigue por Besolla y Sangariz
hasta llegar a Monreal, una de cuyas parroquias estaba dedicada a San Martín.
Pero regresemos
hasta Guerguitiain para observar otro de estos fósiles prueba. Se trata de las
basas de su portada. El maestro Petrus dejó una clave importante en el camino
de las ocas y talló en las dos basas interiores sendas patas de oca custodiando
el lugar. El Juego de la Oca, el Camino de Santiago. ¿Serán estas patas de oca únicas,
señal de que San Martín de Guerguitiain era una etapa clave en el camino de
Santiago a su paso por Izagaondoa, en tiempos pretéritos?
En este
atravesar el valle de Izagaondoa de este a oeste para ir a Pamplona hay otro
fósil muy interesante que pocos conocen porque con la concentración parcelaria
y con la ejecución de la actual carretera quedó olvidado y dejó de cumplir con
su misión, aunque los mayores del lugar lo han transitado de jóvenes. Es una
pequeña joya que bien merece que se haga algo por ella desde las instituciones
municipales o desde la Institución Príncipe de Viana. De lo contrario
desaparecerá por el olvido.
Es el puente
románico de Ardanaz, denominado el Puente Primero de un ojo de arco de medio
punto, infraestructura medieval del Camino Real de Pamplona a Sangüesa. Uniendo
orillas unía a los pueblos y personas y los peregrinos accedían hasta Ardanaz,
donde su iglesia de San Martín de Tours recogía el testigo de la de San Martín
de Beroiz y encaminaban los pasos hasta San Martín de Artaiz. Ardanaz mostraba
lustrosas sus pinturas sobre el santo, el almanaque medieval con los doce meses
del año pintados en uno de sus arcos fajones, la escena de la donación de la
media capa al pobre siendo aún Martín catecúmeno y la visión que allá por el
siglo XIV tenía la Iglesia sobre el cielo y el infierno, todo ello por el
patrocinio del Señor de Grez en tiempos del Infante D. Luis de Beaumont, el
conquistador del reino de Albania, cuyas armas aparecen también pintadas,
habiendo sido descubiertas y sacadas a la luz este conjunto pictórico, único en
Navarra, en el año 2002.
Y así, de aldea
en aldea, el peregrino llegaba hasta Artaiz y a partir del siglo XIII también
pudo adorar al Cordero Pascual junto a los adoradores de toda tribu, raza,
lengua y nación, pintado en el interior del ábside de su iglesia y extasiarse
con las tallas de su portada recién construida y desde allí pasaba por
Lizarraga y se veía reflejado en la talla del peregrino recorriendo los
recovecos que la vida le presenta.
Hoy día me
invade una alegría inmensa cuando veo peregrinos, hombres y mujeres, pedaleando
por el valle de Izagaondoa rumbo a Santiago de Compostela. Son pocos, pero
vienen. Menos aún pasan a pie y esto es un acontecimiento si además vienen con
cabalgadura y cuando esto veo, sueño en que el camino revive,… pero son sueños
de utópico.
Las gentes ya
no tienen miedo al puerto de Loiti, ni al de Erro, ni a los bandoleros, ni a
las fieras. Ya se ha cerrado la encomienda de Indurain y Guerguitiáin está desolado,
como Besolla, Sangariz, Beroiz, Leguin… Ya no bajan desde Orreaga-Roncesvalles
y el poche de Zuza se cierra por la falta de transeúntes y los habitantes del valle
duermen tranquilos, envejeciendo lentamente y se van marchando en paz. Ningún extraño invade su pueblo y a
Izagaondoa sólo acuden los agricultores para trabajar sus campos y los
ganaderos a cuidar de su ganado. De noche está desierto. La larga noche de la
muerte. Solo, en lo alto, sigue vigilante San Miguel, tan aburrido que a este
paso, si los propios nativos de Izagaondoa no despiertan -se ha dicho para sí-,
levantará el vuelo, pues no tendrá a quien proteger y como un peregrino más
cogerá su bordón y emprenderá el camino en busca de nuevos horizontes.
El valle
ha quedado desierto.
Es el año 2050.