domingo, 31 de enero de 2016

UN ÁNGEL EN EL CAMINO

UN ÁNGEL EN EL CAMINO

Por Simeón Hidalgo Valencia (31 de Enero de 2016)

Hoy he pasado el día con unos turistas amigos canarios y madrileños. Juntos hemos visitado las iglesias de Najurieta, de Artáiz, de Lizarraga y hasta el Petrus Museum. A la hora de comer en Ekay, la animada charla me ha llevado en un momento determinado a recordar algo que viví cuando allá por 1998 realicé el viaje iniciático del Camino de Santiago junto a mi amigo Pedro.

Entre las experiencias vividas en el Camino, ésta, que ahora entresaco del libro “Diario de un peregrino a Santiago de Compostela”, es una de las que dejó en mi espíritu un interrogante que aún recuerdo en la admiración del respetuoso silencio.


Día 23 – UN ÁNGEL EN EL CAMINO
(DE VILLADANGOS DEL PÁRAMO A ASTORGA)

 Por primera vez he visto el cielo estrellado de León en todo su esplendor, con su Vía Láctea marcando el rumbo de Santiago. Como no podía dormir del calor que hacía, me he levantado y me he puesto a contemplar el cielo desde una de las ventanas, pues como la puerta del albergue estaba cerrada no he podido hacerlo desde el jardín. En la tranquilidad de la noche sólo se oye el concierto de los grillos que lanzan sus voces al cielo. El peregrino alza la vista y observa los guiños que hacen las estrellas como respuesta. Todo está en paz.

Cuando amanece el día está despejado, luce el sol y sopla una leve brisa. Aunque la primera parte del camino transcurre por carretera en alternancia con senderos lindantes a la misma se hace más llevadero que ayer. La reflexión mañanera se hace poesía en el silencio, dando vueltas a la pregunta ¿Por qué vas a Santiago? Pregunta que me hago en mi interior a raíz de los versos de Antonio Machado, mientras pasamos por tierras de San Martín del Camino.

Dime peregrino, ¿por qué marchas a Santiago?
¿Por qué dejas tu tierra, tu casa y tus hermanos?
¿Por qué cuando amanece rasgas el alba temprano?
¿Por qué sigues la sombra que se adelanta a tus pasos?

Poco a poco el paisaje se vuelve magnífico, con abundante regadío, a medida que nos aproximamos a Hospital de Órbigo donde entramos a comprar pan en la Cafetería Avenida. Los expositores están llenos de tartas y como me sorprende tanto dulce junto pregunto qué es lo que se celebra y me dicen que es la fiesta de San Juan y como es el patrón del pueblo lo celebran por todo lo alto.

–Anoche se celebraron las hogueras, me dice la señora que me ha dado la vez.

Como nos ven que vamos con nuestras mochilas cargadas a la espalda, como es fiesta y, sobre todo, como es gente muy amable la de este pueblo, nos despachan antes una barra de pan y nos desean que llevemos buen camino.

La iglesia del pueblo presenta la típica estructura de las de la zona y ostenta orgullosa varios nidos de cigüeñas en su espadaña. Las calles están asfaltadas y conservan algunos restos de la fiesta. El puente medieval es impresionante, con unos veinte ojos y con dos rollos conmemorativos en su recorrido. Uno de ellos recuerda el hacer del desenamorado D. Suero de Quiñones, allá por el siglo XV, para librarse del compromiso que le ataba a su dama. Su leyenda dice así:

“SUERO DE QUIÑONES
POR RESCATE DE LA PRISIÓN EN QUE SU SEÑORA LE TENÍA
Y CON CODICIA DE FAMADURABLE
CONCERTÓ CON NUEVE CABALLEROS MÁS
DEFENDER EL PASO HONROSO JUNTO A ESTE PUENTE
ROMPIENDO LANZAS CONTRA MÁS DE SETENTA CABALLEROS
QUE AL CAMINO DE ROMERÍA DEL APÓSTOL SANTIAGO
LLEGARON DE CASTILLA DE ARAGÓN DE CATALUÑA
DE VALENCIA DE PORTUGAL DE BRETAÑA
DE ITALIA Y DE ALEMANIA.

LOS DIEZ MANTENEDORES FUERON
SUERO DE QUIÑONES       SANCHO DE RABANAL
LOPE DE ESTUNIGA           LOPE DE ALLER
DIEGO DE BAZAN               DIEGO DE BENAVIDES
PEDRO DE NAVA                 PEDRO DE LOS RIOS
SUERO HIJO                          GOMEZ DE
DELBARGOMEZ                   VILLACORTA
XII DE JULIO AL IX DE AGOSTO DE MCDXXXIV”

Camino de Villares de Órbigo, cuando pasamos por una sombría chopera vemos a un joven que nos mira y se sonríe. Le devolvemos el saludo y seguimos sin más hacia el pueblo, donde nos paramos a reponer fuerzas sentados en el mismo camino a la sombra de una casa. Un muchacho, que aprovecha las recién inauguradas vacaciones de verano, pasa camino del río dispuesto a llevar a su casa la ración de pescado para la comida. Nos ve, nos saluda y se pierde llevando en ristre su caña de pescador.

Mientras tomamos el aperitivo se va acercando poco a poco el joven de la chopera y cuando está a un tiro de piedra su sonrisa nos invita a la comunicación. Alto, delgado, ligero de equipaje, en sus ojos brilla una mirada clara ylimpia, que junto a su sonrisa se destaca circundada por la cuidada barba que se ha dejado. Cuando llega a nuestra altura nos saludamos de nuevo y sin prisa nos hace compañía. La conversación se hace larga y tendida mientras los tres compartimos el pan, el queso, el chorizo y la fruta que llevamos, así como el agua fresca de nuestros termos. Él no lleva ni comida ni agua. Después de las presentaciones y de las preguntas básicas sobre nuestra procedencia, de nuestros nombres, de cuántos días llevamos andando, de si nos está costando mucho físicamente hablando,… la conversación se hace más profunda y nos pregunta:

–¿Por qué vais a Santiago?

Hasta ahora nos habían preguntado la mayoría de las veces sobre el para qué vais a Santiago. La profundidad de la pregunta, aunque sea sencilla su formulación me hace pensar de nuevo en el sentido de mi caminar, que en estos días me ronda la cabeza.

–Pues la verdad, si te soy sincero –le respondo–, no sé realmente por qué voy. Sencillamente voy. Era algo que quería hacer desde hace tiempo y en la primera oportunidad que he tenido, ahora que estoy en paro y tengo tiempo, me he decidido y aquí estoy, a mitad del camino.

Él nos cuenta que es alemán y que está realizando un viaje de búsqueda de sí mismo a través de los países del Mediterráneo y que ahora le tocaba andar por España y ha preferido transitar por el Camino de Santiago. Como le veo muy ligero de equipaje le pregunto de qué vive y nos cuenta que él es maestro de carrera, que ejerció como educador con niños difíciles, pero lo dejó y pasó a trabajar en un circo como payaso haciendo reír a los niños con diversas actuaciones. Hace también juegos con las cartas. Así que tiene los recursos suficientes como para ganarse lo que necesita para comer actuando por los pueblos por donde pasa. Prácticamente vive de lo que le dan después de las actuaciones.

–Hoy sí llevo bastante dinero ya que como han sido las fiestas de Hospital de Órbigo he estado allí tres días. Iba a comer por el camino, pero para mi desgracia no he encontrado ningún pueblo donde haya un bar, nos dice mientras participa de lo que nosotros llevamos.

La conversación toca diversos temas y, tratando de perfeccionar su español para las actuaciones por los pueblos, nos hace preguntas en francés y anota en su libreta la traducción en español y las repite una y otra vez.

–¿Cómo están ustedes?, ¿desean que les haga unos juegos con las cartas?, buenos días, buenas tardes, buenas noches, ¿dónde está la panadería?, muchas gracias…

Su mirada clara refleja paz interior y se crea una sintonía especial con él, que todavía, en el momento de escribir estas líneas, tres años después, lo recuerdo como presente. Estamos un buen rato a gusto cambiando impresiones, sin prisa, en medio del silencio del campo cobijados por la sombra de la pared de la casa a la salida de Villares de Órbigo. Cuando emprendemos el camino nos despedimos de Raelf, que así se llama y le damos algo de fruta y él nos invita a compartir la cena en Astorga. A lo largo de los kilómetros que quedan hasta llegar a la ciudad nos lo encontraremos, nos pasará, le pasaremos, pero como lleva su propio ritmo, más dinámico que el nuestro, le dejamos caminar en soledad.
 
El paisaje y el camino se hace más variado. Un joven que va a trabajar los campos nos adelanta a lomos de un moderno tractor con aire acondicionado en la cabina. Nos cruzamos con una señora mayor que viene del campo, pañuelo a la cabeza, bata azul oscura, medias y zapatillas negras. Su cara curtida nos regala un amable saludo al  cruzarnos y nosotros rompemos el silencio en el que caminamos. 

A lo largo de esta jornada nos hemos cruzado varias veces con una pareja que vimos la noche pasada en el albergue. Nos hemos saludado e intercambiado unas pocas frases. Al llegar a una cantera de arcilla nos volvemos a encontrar con Raelf y la pareja. Nos presentamos. Ellos son Anita y Gabriel. Son novios y proceden de Holanda, aunque Gabriel es madrileño. Viven en Holanda y han comenzado a hacer el camino hace un par de días. El trabajo del hombre en la cantera lo continúan cientos de vencejos, que han excavado sus casas en las paredes. A los cinco nos ha llamado la atención y nos hemos parado a contemplar el espectáculo. La pena es que las aves han huido de sus moradas. No se fían de los humanos. 

Como cerca hay una zona de arbolado que hace sombra espesa y refrescante la aprovechamos para descansar y tomarnos una fotografía juntos. Al verla me viene a la memoria el cuadro de La Pradera de San Isidro, pintado por Goya. Raelf se protege del sol con un paraguas rojo que pone el punto de contraste en el paisaje. Después de un pequeño descanso cada uno emprende la marcha a su ritmo y poco a poco nos vamos distanciando. Por delante de nosotros avanza decidido Raelf resguardado del sol por su paraguas rojo, que se convierte en punto de referencia durante algunos kilómetros hasta que lo perdemos de vista, lo mismo que a Anita y Gabriel. 

Desde la cima de un pequeño puerto de los Montes Maragatos poblado de encinas se divisa Astorga a lo lejos, en el valle. Paramos a comer a la sombra de una encina. A Pedro le entran apreturas de tripas y se esconde entre la maleza. Vuelve feliz y sin la gorra. Después de dormitar un rato y reposar la comida proseguimos la marcha contemplando el bonito crucero medieval de Santo Toribio. Al poco de emprender la bajada hacia el valle aparece de repente ante nuestra vista el pueblo de San Justo de la Vega. La meta es Astorga, capital de La Maragatería, y ya sólo nos quedan cuatro kilómetros para llegar, de los casi treinta que tenía esta jornada. A pesar de su dureza se han hecho llevaderos gracias a la compañía de nuestros nuevos compañeros de viaje.

Tenemos ganas de llegar, pues estamos cansados. Entramos en Astorga a través de pequeños huertos familiares, pero lo que nos llama la atención es un edificio tipo nave industrial plagado de pararrayos en su cubierta.

Para llegar al refugio hay que subir una cuesta con una pendiente del 22% de desnivel que termina con las pocas fuerzas que llevamos. Resoplando llegamos al albergue, nos inscribimos, tomamos posesión de la litera y la ducha refrescante nos devuelve nuestra fuerza. En el dormitorio nos encontramos con Michel y François. Su hijo pequeño, Denis, ya les acompaña de nuevo. Nos lo presenta y cambiamos impresiones sobre estos días en que no nos hemos visto.

Nuestros amigos David y Emmanuelle, la pareja de hermanos franceses, nos han dejado un mensaje:

“Utréia à Simeón et Pedro y a los brasileños de Sao Pablo.
Tout va bien pour nous!
Buen viaje. David/ Emmanuelle”

Hay otro a continuación que dice:

“Como sé que a Simeón y Pedro les gusta leer los mensajes yo también me apunto
al ¡¡ULTREYA!!        Emilio”

Como tenemos tiempo visitamos la ciudad de Astorga. Vemos la catedral y el Museo del Chocolate además de los restos romanos y de las principales plazas y calles. Cenamos también en la ciudad, dado que en el albergue no hay cocina donde preparar el alimento. Raelf, nuestro agradable encuentro de este día, ha podido comprar alimentos para invitarnos a cenar, pero ¡qué contrariedad! ¡No puede cocinarlos! Nos los enseña al llegar al albergue. Lo trae todo, huevos, acelgas y demás, en los bolsillos interiores de su chaqueta vaquera. A cambio nos quiere obsequiar con unos juegos de cartas, pero tampoco dan resultado. Lo deja para mañana cuando lleguemos al albergue de Rabanal del Camino y nos pide que anunciemos su actuación entre el resto de los peregrinos. Estamos en plenos mundiales de fútbol en Francia y hoy otra vez ha perdido España. Con el pésame por delante nos retiramos a descansar. ¡Menos mal que pasamos del fútbol! 


Día 24 – LA SESIÓN DE CARTAS
(DE ASTORGA A RABANAL DEL CAMINO)

La mañana está fresca. Hay nubes y parece que va a llover. Recorremos la ciudad antes de despedirnos de ella y seguimos el camino bordeando la carretera y caminando por ella. El primer pueblo que atravesamos es Murias de Rechivaldo y paramos para contemplar la humilde y sencilla ermita del Ecce Homo.

Apenas nos encontramos con gente. Sólo hemos saludado a un joven que va a trabajar. Hasta Santa Catalina de Somoza lo hacemos por medio de campos de garbanzos y huertos familiares. En la iglesia del pueblo paramos para descansar. En su fachada hay una placa que dice:

“CREADA 1708
REFORMADA 1982
OBISPO ANTº BRIVAMIRABENT
PÁRROCO MARCOS LOBATO MARTÍNEZ
PRESIDENTE ZACARÍAS FERDEZ. PASTOR.
Domingo 4-JULIO- 82
J.M.B.”

En el atrio de la iglesia hay un portafolios de hierro forjado que sostiene algunos comunicados oficiales así como una carta de un jubilado que titula “Comunicado a todos los ciudadanos de Astorga” en el que expone sus reivindicaciones.

En la torre de la iglesia de Santa Catalina no hay nidos de cigüeñas, pero han ocupado sus piedras los cuervos. De una casa contigua a la iglesia, con su huerto cercado con piedras donde se cultivan patatas, como en casi todos los de las demás casas, salen una señora fuerte de mediana edad y su hijo, un joven que va en pijama rojo. Ambos llevan
el palo de conducir al ganado. Van a sacar las vacas al campo. 

Aprovechando el descanso doy un paseo por el pueblo y llego a la bonita y amplia plaza rodeada de casas bajas construidas en piedra, con grandes portalones de madera. La plaza está bien empedrada y en el centro han colocado un monumento en recuerdo de D. Aquilino Pastor, que fue tamborilero de la Maragatería y natural del pueblo. Sobre una peana de hormigón han colocado su busto labrado en piedra por el artista Múñiz Alique en el mes de Septiembre del año 1986. En la parte posterior del busto reza lo siguiente: “Este busto ha sido realizado por iniciativa de D. Recaredo Bautista en colaboración del Exmo. Ayuntamiento de Astorga y Cámara de la Maragatería”.

Pido más información al señor Francisco Cepera Martínez que con 78 años está barriendo la calle en el tramo de su casa. Le digo que el pueblo está muy limpio y me contesta que siempre hay que limpiar. Barre despacio y sin prisas, pero con agilidad. Con la boina bien calada a la cabeza y sin dejar de mover la escoba de brezo me cuenta que aunque todavía está ágil su problema es que no puede agacharse por culpa de la ciática. Le operaron, pero le dejaron peor, según él. Cuando se quiere poner las zapatillas le tiene que ayudar su mujer. Él solo no puede. Me cuenta que D. Aquilino murió a los 102 años y que la última vez que tocó el tambor fue en un homenaje que le hizo el pueblo cuando llegó a centenario.

–A ver si llegamos todos a esa edad –le digo.
–Yo seguro que no, aunque nunca se sabe. Cuando nos toque nos tocará. Mientras tanto “hay que tirar de la piel”.

El señor Aquilino y su señora han celebrado las bodas de oro de su matrimonio hace tres años, me cuenta y añade socarrón:

–¡A ver si llegamos a las de diamante!

Cuando proseguimos la andadura y dejamos el pueblo nos encontramos con que en la última casa nos ofrecen recuerdos fabricados por el artesano el señor Bienvenido. A la puerta, como reclamo, está su señora que nos invita a entrar y ver la artesanía. Se llama Alicia y es muy atenta. Hay cosas interesantes, pero nos limitamos a comprar una calabaza de peregrino, pues cargarse con más peso no es aconsejable.


A la entrada del pueblo de El Ganso paramos en el merendero “La Barraca”, donde una lozana dependienta, morena y entrada en carnes está tejiendo unos calcetines para un bebé. Pedimos una botella de sidra y almorzamos. Nos la bebemos entre Pedro y yo acompañando al salchichón y al queso. La sidra está riquísima y no lo hacemos tan mal al romperla. Después de un almuerzo tan apetitoso uno se amodorra y se queda medio dormido, pero Pedro se encarga de ponerme en marcha.

–¡Que te dejo aquí y me voy solo! –dice imperativo.

No hay más remedio que levantarse, cargar con la mochila y proseguir. Nos quedan ocho kilómetros para llegar a la meta del día. El camino se vuelve brea y se pegan los pies al andar.

Cansados llegamos a Rabanal del Camino, un pequeño y bonito pueblo en el que sus gentes son abiertas y acogedoras. Cuando lo visito me paro a hablar con el señor Santos que después de jubilarse ha montado su taller de artesanía en la antigua cochera de la casa y vende cruces, bastones para los peregrinos y conchas, entre otras cosas. Las vieiras se las manda su yerno que trabaja en un restaurante de Madrid.

Hago la compra en la tienda recién inaugurada. La regenta una señora con un joven de unos 14 años. Todavía no ha pillado el ritmo. A la hora de hacer la cuenta la hace a mano y tarda lo suyo en llegar al total. Por si acaso y como no se fía de que esté bien hecha se la da a repasar a su madre. Ésta la comprueba y nos cobra. 

A la hora determinada Raelf realiza su sesión de cartas. Acudimos Anita y Gabriel, dos hermanos ingleses, una de las que dirige el albergue, la pareja de brasileños, Pedro y yo. Raelf pide un voluntario para leerle la carta del destino. Pedro es el primero en presentarse. Raelf le da la baraja a Pedro y le pide que elija una carta y que sólo la vea él. El resto de las cartas lo debe dejar en la mesa. Le pregunta el día de su nacimiento y empieza a hablar. Por el horóscopo me imagino que puede decir algunos datos, pero no sé cómo lo hace, porque poco a poco le va comentando cosas de su vida que parece mentira que las sepa. Personalmente me voy quedando asombrado y digo para mis adentros: “Pedro, si te está diciendo todo”. Mientras Raelf habla observo la cara de Pedro y en su rostro se refleja la sorpresa ante alguien que le está diciendo cosas de su vida que sólo él y sus amigos personales sabemos. ¿Dónde está el truco? Para terminar le comenta que su carta es el 8 de corazones. La descubre y efectivamente, esa es. 

Cuando termina se presentan nuestros amigos José Mari y Ofelia, que van en coche a Santiago. Vienen con el hijo de Ofelia, Iván, apodado “El terrible” como el de la historia y han parado para hacernos una visita. Se unen a la sesión. Sigue la demostración y ahora es Anita la voluntaria. Sucede lo mismo que con Pedro. Gabriel, su novio, pone cara de extrañeza ante lo que le va comentando y se pregunta cómo sabe todo eso de su novia. Prosigue la sesión y las sonrisas se dibujan en los rostros de los asistentes y los aplausos salen espontáneos ante los aciertos del adivino. Todos tenemos el rostro encendido.

Terminada la sesión damos una vuelta por el pueblo y quedamos para cenar en el bar. Lo hacemos con nuestros amigos de Pamplona. También van al bar Anita y Gabriel, así como Raelf. En los postres me acerco a Raelf y le entrego mi tarjeta, por si pasa alguna vez por Pamplona. - Allí tienes tu casa. Le pregunto si le vamos a ver mañana y me responde:

–Yo mañana me desvío. Voy a ir a un pueblo donde hay un joven que está enfermo y le voy a curar.

Ante esta respuesta me quedo asombrado y guardo silencio. ¿Cómo puede saberlo si es la primera vez que ha pasado por este lugar y todavía no conoce ni el pueblo donde dice que va? Respetando mi propia sorpresa me despido y vuelvo a la tertulia de nuestra mesa, donde comentamos el viaje y sus anécdotas a nuestros amigos. Cuando prosiguen su camino, Pedro y yo vamos al albergue a descansar. El espíritu está tranquilo y me quedo dormido con el interrogante en mi corazón.

¿Quién es éste que adivina la vida personal y va en busca de enfermos para curarles?


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