IDOCIN – PASEO CON MI AMIGO JOSÉ LUIS
Por Simeón Hidalgo (10 de Enero de 2016)
¡OH MONTE, OH FUENTE, OH RÍO![1]
Terminaba mis artículos de 2015 hablando de la visita que hice a Idocin
para conocer el puente medieval. El guía fue José Luis. En su compañía pasé el
día 29 de Diciembre y compartí mesa y paseo vespertino. El buen día invitaba a
disfrutar del contacto con la Naturaleza y me animé a probarme a mí mismo y dar
un paseo por uno de los parajes maravillosos de Idocin.
¡Rincones de nuestros pueblos que ensanchan el espíritu, que fortalecen
el cuerpo, que curten el ánimo con inusitada belleza, con sonoros silencios,
con cercanos horizontes que invitan a ser conquistados, con cumbres y llanos repletos
de solitaria y fecunda vida!
Sobre un manto alfombrado por el robledal, emprendemos el paso
levemente empinado. El ritmo sosegado jadea, pero a pocos metros descansamos
junto al reposo eterno del pequeño cementerio.
Lo visitamos. El recuerdo a su ilustre hijo, Francisco Espoz Ilundáin
(Espoz y Mina), está presente. Sus armas: Una laya y un sable. Bajo ellos su
corazón descansa.
Seguimos el sendero que nos lleva hasta la ermita bajo el techo de los
robles fantasmales de mil desnudos brazos.
Paramos a respirar y entre la vegetación se descubre La
Cumbre y La Ermita. Cumbre de Izaga. Cumbre de un reino.[2] Ermita-basílica de San
Miguel. Referencia espiritual de los valles circundantes.
Seguimos poco a poco hasta la cumbre del Montico donde se levanta la
sencilla, humilde y restaurada ermita de Santa María, según se puede leer en la
imagen original, como nos informan más tarde.
Hoy se denominada de La Virgen de la Encarnación. Junto a ella, testigo
de romerías, fiestas y devoción religiosa, el
Campo de la Ermita. Todo en medio
del robledal que, en contraluz, matiza al sol de poniente.
Divisamos los campos bajo la vertiente oeste de El Montico camino de La
Cantera, en busca del Gran Roble. En el valle el arbolado serpenteante del río
Elorz tiende su sombra en el verde invernal del cereal naciente. Contraste de
luz, de color, de sombras de atardecer despejado.
Entre las sombras, a contraluz, buscamos las ruinas. Dormí entre ellas
la noche del 28 al 29 de Junio pasado contemplando las estrellas en busca del nacimiento
del sol. Allá, en el fondo, atisbamos el esqueleto del monasterio medieval de
Elizaberri.
Divisamos la copa del Gran Roble. Desde lo lejos lo vigila la Higa de
Monreal. Belleza sin igual en ese momento. Silencio. Luz que se acuesta. Pequeñez
ante el gigante. Calma y paz. Plenitud.
¿Qué más se puede pedir?
Pero la realidad se impone y la belleza retorna muerte en el pinar
extraño. La procesionaria se lo come.
El recodo del camino nos pone cara de nuevo a Idocin. Bajamos y cerramos
el círculo de este paseo vespertino.
Todo ha ido bien. Estoy contento y, como Fray Luis, he gozado por unos momentos de
la vida retirada en contacto con la Naturaleza.
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