LAS
ESPIRALES DE IGUÁCEL – HUESCA
Por
Simeón Hidalgo Valencia (7 de Diciembre de 2016)
El tiempo sigue su
camino y las horas no se detienen y año tras año nos damos cuenta de sus
efectos en nuestra propia persona. El tiempo decimos, aunque la realidad es que
quienes seguimos el camino imparable somos los humanos, quienes a pesar de las
modernas técnicas para detener o enmascarar el propio deterioro físico, no
podemos eludir la auténtica metamorfosis a la que estamos sujetos y sólo al
final del último recodo nos encontramos con nuestra propio y verdadero rostro.
Las vueltas que da la
vida me ha llevado, una vez más, a visitar el Museo Catedralicio de Jaca y en
esa enésima visita me he detenido fundamentalmente en una pieza por la que todo
turista pasa, pero que muy pocos se detienen a contemplarla y observarla en sus
detalles, como obra de arte extraordinaria que es, ya que su esencia es lo
importante. Es la reja de hierro forjado procedente de la iglesia de Santa María de
Iguácel, realizada a mano por experto maestro herrero medieval.
Golpe a golpe, al calor
de la fragua, el torso desnudo, sudado, las fuertes manos asen el martillo y
las tenazas y su brazo izquierdo golpea el hierro candente apoyado sobre el
yunque y estiran la materia y la envuelve sobre sí misma más y más. Su hijo, el
aprendiz, aviva las ascuas con el fuelle y se admira del prodigio que su padre
y maestro está realizando. Una pieza, otra, otra y una más. Así cientos, que se
irán ensamblando meticulosamente y formando un cuerpo único soldado por la
mente del hombre ayudado por el fuego, el aire, la tierra y el agua. Todo al
ritmo sincopado de la música, que llena la estancia de la forja.
Vueltas y vueltas y en
cada una de ellas ve su propia realidad, como yo al contemplarlas ahora,
pasados más de 800 años, visiono mi propia historia y me pregunto cuál será el
resultado final de mi metamorfosis: si ave o pez; si pájaro o dragón; si ser monstruoso o ser humano.
Vueltas y vueltas de la
vida, enrollados los años sobre sí mismos buscando la centralidad, la autenticidad,
la esencia, la energía que fabrica, a golpe de martillo sobre el yunque de la
vida, el rostro por el que me recordarán cuando llegue al final de mi ruta.
Espirales de Iguácel, que
hablan, a quien se detenga a contemplarlas, de la propia vida y del crecimiento
hacia el interior, frente al oropel y superficialidad que nos ofrece el mundo
moderno del consumo, para forjar, al final de la vida, el auténtico rostro
humano.
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