EL DOMINGO DE RAMOS EN GAZÓLAZ-NAVARRA
Por Simeón Hidalgo Valencia (24-03-2013/20-03-2016)
Los que tenemos ya cierta edad recibíamos, cuando íbamos de pequeños a la
escuela, la Historia Sagrada, en que se nos contaba la Biblia. Una de las historias
que más me gustaba era la de cuando Jesús entró en Jerusalén y la gente le
salió a recibir con palmas. Celebrar
esta fiesta de pequeños y aún hoy en día me causa emoción.
Siendo niño recuerdo cómo días antes cortábamos ramas de laurel del
monte y las vendíamos en la calle. Luego el día anterior al Domingo de Ramos la
ilusión se centraba en preparar el ramo y adornarlo colgando de sus hojas y
ramitas caramelos, rosquillas, pequeños juguetes y con él acudíamos a la misa
de bendición de los ramos y a la procesión. No hay que decir la que se armaba a
veces por ser el que mejor ramo llevaba y para evitar que manos extrañas te
quitaran algún adorno. Todos los niños y grandes con sus ramos adornados en
procesión. Era emocionante.
Luego, una vez bendecidos el ramo y demás aditamentos, se daba cuenta
poco a poco de los dulces y el ramo se colocaba ya sea a la entrada de la casa,
en el balcón o en la cabecera de la cama, como medio de protección contra los
males… y a lo largo del año más de una hoja de laurel iba al puchero para
cumplir con su doble función de dar gusto al guiso y además bendecir con su
poder protector a los comensales.
Hoy, Domingo de Ramos, me han venido estos recuerdos de crío y los he
relacionado con uno de los capiteles de la iglesia románica de Gazólaz, donde
se narra la escena evangélica, siguiendo el relato del evangelista San Mateo.
Digo San Mateo, porque el relato de San Marcos y San Juan, aunque en el fondo
es igual, tiene una pequeña diferencia. Mateo habla de una asna con su pollino,
mientras que los otros dos hablan sólo de un pollino.
En Gazólaz se muestra el relato de San Mateo.
En una de sus caras se representan las puertas fortificadas de
Jerusalén.
Desde sus torres almenadas la gente se asoma para ver a Jesús que viene
aclamado por las gentes.
“Y al entrar él en Jerusalén,
toda la ciudad se conmovió. `¿Quién es éste?´- decían. Y la gente respondía:
`Éste es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea´”.
El artista ha añadido en la escena a un ángel que acompaña al séquito,
pero se atiene al relato como vemos en lo referente a la borriquita y su
pollino.
“Cuando se aproximaban ya a
Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos, envió Jesús a dos
discípulos, diciéndoles: `Id al pueblo
que está enfrente de vosotros, y enseguida encontraréis un asna atada y
un pollino con ella; desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dice algo,
diréis: El Señor los necesita; enseguida los devolverá.”
Después, siendo mayor, comprendí el simbolismo. No entra en Jerusalén
como rey poderoso y guerrero montado a caballo, sino como un hombre sencillo.
Como el resto de la gente sencilla lo hace en una asna, símbolo de sencillez,
de servicio y de paz.
El pueblo sabe comprender y apreciar estos gestos y lo demuestra
saliendo a recibir a este personaje que cambiaría la vida de muchas personas.
“La gente, muy numerosa, extendió
sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por
el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaban:
`¡Hosanna al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre
del Señor!
¡Hosanna en las alturas!´.”
Unos recuerdos de infancia. Una catequesis en piedra en el atrio de la
iglesia de Gazólaz. Un momento de gloria en la vida… al que seguirán momentos
duros que llevarán a la soledad y a la muerte. Una visión artística, quizás
para el hombre de hoy, pero unas creencias transmitidas a lo largo del tiempo
para los seguidores de Jesús.
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