viernes, 20 de marzo de 2015

ECLIPSE

ECLIPSE.

Por Simeón Hidalgo Valencia (20-03-2015)

A pesar de que tenía todo preparado para poder observar el eclipse de sol sin ningún peligro para la vista, me he tenido que contentar con verlo por la tele, dado que las caprichosas nubes lo han impedido y la verdad que me he quedado con las ganas, pero a cambio me ha venido una idea que en este momento doy a conocer.

Escribir sobre los astros que los canteros y artistas medievales nos dejaron por Izagaondoa y su comarca, pues a más de uno estos acontecimientos extraordinarios no le dejarían indiferente dado que, tanto el sol como la luna, eran los regidores de la vida. Tanto, que desde la antigüedad fueron considerados los dioses primigenios sustentadores de la vida en todas las civilizaciones. La luna la esposa, diosa de la oscuridad. El sol el esposo, dios de la luz.

Así pues me he ido en mente hasta Guerguitiáin y he recogido la imagen de uno de sus capiteles exteriores en el que se muestran el día presidido por el sol y la noche en la que la luna aparece con algunas estrellas. Junto a esta plasmación astral la figura de un ave o pajarillo, tres hojas enmarcadas por la derecha con una parte de la mandorla y a la derecha del capitel un par de zarcillos de la vid que se abren hacia el exterior.

En otros escritos he tratado de interpretarlo y dar cierto sentido a esta aparente maraña de motivos, que el cantero medieval Petrus nos dejó como herencia, por lo que no me detengo en ello en este momento. 



Después me acerco hasta Vesolla y me encuentro con el gran sol del cristianismo labrado finamente en el tímpano de su portada. Ese sol invictus que, cual Apolo, surca el firmamento y presagia los nuevos tiempos en forma de Crismón. Sol equinoccial de primavera, eje divisorio de los tiempos, principio y fin, denominado “Χριστός”.


Contemplo también los capiteles de la portada y me centro en el que muestra la tosca figura de un cordero y veo de nuevo al sol debajo de él en forma de estrella de ocho radios. Cordero y sol, o rueda solar, están enmarcados por los zarcillos petrinos enfrentados, típico del estilo de esta escuela popular medieval. Simbología cristiana muy sugerente.

Entro en la iglesia y levanto la mirada hacia las pinturas renacentistas de la bóveda de su ábside, zona celeste de la iglesia, y veo un rostro de luz que desde lo alto me observa y me atrae.

Es el rostro del sol con sus destellos radiantes y luminosos. El divino símbolo antiguo sigue rigiendo el curso de los tiempos, irradiando vida a los que desde el suelo le imploramos.

Aquí no hay nubes que me lo tapen, ni luna que se interponga entre los dos y lo eclipse.

¿Por qué la figura del generador de la vida en la Tierra dentro de una iglesia cristiana?

Todo es un gran símbolo o metáfora. ¡El que sepa mirar, que entienda! Verá que no hay nada nuevo bajo el sol.  



Y ya que estoy, cual águila, inmerso en este viaje astral, vuelo sobre la sierra de Izco con mirada penetrante y desciendo en el lugar del mismo nombre para sentirme renacido al contemplar tanta vida plasmada en los capiteles de su portada.


Vida transformada en flor de lis, runa de la vida, pata de oca, que florece bajo la presencia de sol y de la luna, el esposo y la esposa, que en su acto amoroso producen vida al descubierto.

Decidido a no interrumpir mi viaje vuelo hasta Ororvia y en el suelo de la entrada de su iglesia, donde me espera el rostro verde de la Naturaleza como hombre renovado, miro hacia el suelo y veo, una vez más, su empedrado en forma de rueda solar de ocho radios, como lupa donde incida y se concentre la energía para fecundar la Tierra.


Entro ágilmente por  su campanario y observo en mi vuelo las claves de la nave y coro y me encuentro de nuevo con el sol a manera de flor de infinitos pétalos tallados. Sol  y flor. Eguzkilore protector frente a la oscuridad del mal, fiel a las tradiciones antiguas que protege también el recinto sagrado.

Alzo bien protegido el vuelo y pongo rumbo hacia Olite, la sede real del Noble rey Carlos y me uno a su séquito, que desciende la escalera de caracol, camino de los jardines.

Yo observo los sillares grabados con marcas misteriosas y me topo, una más, con la huella astral del sol y de la luna otra vez juntos, recordándome que son, por antonomasia y aunque no les hayan coronado, desde sus inicios los reyes del lugar.

Cerca estoy de Ujué y me digo a mí mismo, y lo quiero comprobar, a ver si es verdad que desde la cumbre de su sierra se divisa la de Izaga, a cuya sombra trabajó el maestro Petrus.


También aquí están los dioses en lo alto, escoltando al nuevo Dios en el tímpano de la destartalada iglesia de San Miguel, rodeados del firmamento entero poblado de estrellas.

Ya que estoy, no quiero despertar sin llegarme hasta el Monasterio de la Oliva para, suspendido en el aire, venerar reverente la fe antigua y la nueva plasmada también en la portada de la gran iglesia abacial.

El nacimiento divino del nuevo sol, su victoria de la muerte como cordero y su majestad entronizado en la mandorla, con sus cuatro símbolos de su palabra.

Presidiendo todo el conjunto, el sol y la luna de nuevo.  

Hoy los dioses antiguos de siempre se han unido  ante la mirada de los humanos. En su clímax creador se ha hecho la oscuridad por momentos.

Ha habido eclipse de sol.

Yo he viajado a su encuentro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario