CAMINO DE SANTIAGO: 1998 – 2018
Por Simeón Hidalgo Valencia (22 de septiembre de 2018)
El pasado 1 de junio se cumplieron
veinte años de mi peregrinaje a Santiago de Compostela. Lo hice junto a mi
amigo Pedro. Los dos con tiempo suficiente como para ir con la calma de
espíritu que esta aventura requiere. Sin guías, sin prisas, a paso lento, con
la mirada atenta a lo que, en los cuarenta días que duró la andadura, la vida
nos revelara.
De lo que viví en esa cuarentena
iniciática, parte lo escribí en forma de diario y lo publiqué en el 2001 con el
título “Diario de un peregrino a
Santiago de Compostela”.
Han pasado veinte años y sigo
caminando con la misma perspectiva, pues la experiencia me marcó. Por ello, en
este aniversario personal, quiero compartir con mis lectores dos etapas del
camino y el encuentro personal que todavía hoy me interroga.
UN
ÁNGEL EN EL CAMINO
(DE
VILLADANGOS DEL PÁRAMO A ASTORGA)
Por primera vez he visto el cielo estrellado de León en todo su
esplendor, con su Vía Láctea marcando el rumbo de Santiago. Como no podía
dormir del calor que hacía, me he levantado y me he puesto a contemplar el
cielo desde una de las ventanas, pues como la puerta del albergue estaba
cerrada no he podido hacerlo desde el jardín. En la tranquilidad de la noche
sólo se oye el concierto de los grillos que lanzan sus voces al cielo. El
peregrino alza la vista y observa los guiños que hacen las estrellas como
respuesta. Todo está en paz.
Cuando amanece el día está despejado, luce el sol y sopla una
leve brisa. Aunque la primera parte del camino transcurre por carretera en
alternancia con senderos lindantes a la misma se hace más llevadero que ayer.
La reflexión mañanera se hace poesía en el silencio, dando vueltas a la
pregunta ¿Por qué vas a Santiago? Pregunta que me hago en mi interior a raíz de
los versos de Antonio Machado, mientras pasamos por tierras de San Martín del
Camino.
“Dime peregrino, ¿por qué marchas a Santiago?
¿Por qué dejas tu tierra, tu casa y tus hermanos?
¿Por qué cuando amanece rasgas el alba temprano?
¿Por qué sigues la sombra que se adelanta a tus pasos?”
Poco a poco el paisaje se vuelve magnífico, con abundante
regadío, a medida que nos aproximamos a Hospital de Órbigo donde entramos a
comprar pan en la Cafetería Avenida. Los expositores están llenos de tartas y
como me sorprende tanto dulce junto pregunto qué es lo que se celebra y me
dicen que es la fiesta de San Juan y como es el patrón del pueblo lo celebran
por todo lo alto.
–Anoche se celebraron las hogueras, me dice la señora que me ha
dado la vez.
Como nos ven que vamos con nuestras mochilas cargadas a la
espalda, como es fiesta y, sobre todo, como es gente muy amable la de este
pueblo, nos despachan antes una barra de pan y nos desean que llevemos buen
camino.
La iglesia del pueblo presenta la típica estructura de las de la
zona y ostenta orgullosa varios nidos de cigüeñas en su espadaña. Las calles
están asfaltadas y conservan algunos restos de la fiesta. El puente medieval es
impresionante, con unos veinte ojos y con dos rollos conmemorativos en su
recorrido. Uno de ellos recuerda el hacer del desenamorado D. Suero de
Quiñones, allá por el siglo XV, para librarse del compromiso que le ataba a su
dama. Su leyenda dice así:
“SUERO DE QUIÑONES
POR RESCATE DE LA PRISIÓN
EN QUE SU SEÑORA LE TENÍA
Y CON CODICIA DE FAMA DURABLE
CONCERTÓ CON NUEVE
CABALLEROS MÁS
DEFENDER EL PASO HONROSO
JUNTO A ESTE PUENTE
ROMPIENDO LANZAS CONTRA
MÁS DE SETENTA CABALLEROS
QUE AL CAMINO DE ROMERÍA
DEL APÓSTOL SANTIAGO
LLEGARON DE CASTILLA DE
ARAGÓN DE CATALUÑA
DE VALENCIA DE PORFTUGAL
DE BRETAÑA
DE ITALIA Y DE ALEMANIA.
LOS DIEZ MANTENEDORES FUERON
SUERO DE QUIÑONES SANCHO DE RABANAL
LOPE DE ESTUNIGA LOPE DE ALLER
DIEGO DE BAZAN DIEGO DE BENAVIDES
PEDRO
DE NAVA PEDRO DE LOS
RIOS
SUERO HIJO GOMEZ DE
DELBARGOMEZ VILLACORTA
XII DE JULIO AL IX DE AGOSTO DE MCDXXXIV”
Camino de Villares de Órbigo, cuando pasamos por una sombría
chopera vemos a un joven que nos mira y se sonríe. Le devolvemos el saludo y
seguimos sin más hacia el pueblo, donde nos paramos a reponer fuerzas sentados en
el mismo camino a la sombra de una casa. Un muchacho, que aprovecha las recién
inauguradas vacaciones de verano, pasa camino del río dispuesto a llevar a su
casa la ración de pescado para la comida. Nos ve, nos saluda y se pierde llevando
en ristre su caña de pescador.
Mientras tomamos el aperitivo se va acercando poco a poco el
joven de la chopera y cuando está a un tiro de piedra su sonrisa nos invita a
la comunicación. Alto, delgado, ligero de equipaje, en sus ojos brilla una
mirada clara y limpia, que junto a su sonrisa se destaca circundada por la
cuidada barba que se ha dejado. Cuando llega a nuestra altura nos saludamos de
nuevo y sin prisa nos hace compañía. La conversación se hace larga y tendida
mientras los tres compartimos el pan, el queso, el chorizo y la fruta que
llevamos, así como el agua fresca de nuestros termos. Él no lleva ni comida ni
agua. Después de las presentaciones y de las preguntas básicas sobre nuestra
procedencia, de nuestros nombres, de cuántos días llevamos andando, de si nos
está costando mucho físicamente hablando,… la conversación se hace más profunda
y nos pregunta:
– ¿Por qué vais a Santiago?
Hasta ahora nos habían preguntado la mayoría de las veces sobre
el para qué vais a Santiago. La profundidad de la pregunta, aunque sea sencilla
su formulación me hace pensar de nuevo en el sentido de mi caminar, que en
estos días me ronda la cabeza.
–Pues la verdad, si te soy sincero –le respondo–, no sé
realmente por qué voy. Sencillamente voy. Era algo que quería hacer desde hace
tiempo y en la primera oportunidad que he tenido, ahora que estoy en paro y
tengo tiempo, me he decidido y aquí estoy, a mitad del camino.
Él nos cuenta que es alemán y que está realizando un viaje de
búsqueda de sí mismo a través de los países del Mediterráneo y que ahora le
tocaba andar por España y ha preferido transitar por el Camino de Santiago.
Como le veo muy ligero de equipaje le pregunto de qué vive y nos cuenta que él
es maestro de carrera, que ejerció como educador con niños difíciles, pero lo
dejó y pasó a trabajar en un circo como payaso haciendo reír a los niños con
diversas actuaciones. Hace también juegos con las cartas. Así que tiene los
recursos suficientes como para ganarse lo que necesita para comer actuando por
los pueblos por donde pasa. Prácticamente vive de lo que le dan después de las
actuaciones.
–Hoy sí llevo bastante dinero ya que como han sido las fiestas
de Hospital de Órbigo he estado allí tres días. Iba a comer por el camino, pero
para mi desgracia no he encontrado ningún pueblo donde haya un bar, nos dice
mientras participa de lo que nosotros llevamos.
La conversación toca diversos temas y, tratando de perfeccionar
su español para las actuaciones por los pueblos, nos hace preguntas en francés
y anota en su libreta la traducción en español y las repite una y otra vez.
– ¿Cómo están ustedes?, ¿desean que les haga unos juegos con las
cartas?, buenos días, buenas tardes, buenas noches, ¿dónde está la panadería?, muchas
gracias…
Su mirada clara refleja paz interior y se crea una sintonía
especial con él, que todavía, en el momento de escribir estas líneas, tres años
después, lo recuerdo como presente. Estamos un buen rato a gusto cambiando
impresiones, sin prisa, en medio del silencio del campo cobijados por la sombra
de la pared de la casa a la salida de Villares de Órbigo. Cuando emprendemos el
camino nos despedimos de Raelf, que así se llama y le damos algo de fruta y él
nos invita a compartir la cena en Astorga. A lo largo de los kilómetros que
quedan hasta llegar a la ciudad nos lo encontraremos, nos pasará, le pasaremos,
pero como lleva su propio ritmo, más dinámico que el nuestro, le dejamos
caminar en soledad.
El paisaje y el camino se hace más variado. Un joven que va a
trabajar los campos nos adelanta a lomos de un moderno tractor con aire
acondicionado en la cabina. Nos cruzamos con una señora mayor que viene del
campo, pañuelo a la cabeza, bata azul oscura, medias y zapatillas negras. Su
cara curtida nos regala un amable saludo al cruzarnos y nosotros rompemos el
silencio en el que caminamos.
El trabajo
del hombre en la cantera lo continúan cientos de vencejos, que han excavado sus
casas en las paredes. A los cinco nos ha llamado la atención y nos hemos parado
a contemplar el espectáculo. La pena es que las aves han huido de sus moradas. No
se fían de los humanos.
Como cerca hay una zona de arbolado que hace sombra espesa y
refrescante la aprovechamos para descansar y tomarnos una fotografía juntos. Al
verla me viene a la memoria el cuadro de La Pradera de San Isidro, pintado por Goya.
Raelf se protege del sol con un paraguas rojo que pone el punto de contraste en
el paisaje. Después de un pequeño descanso cada uno emprende la marcha a su
ritmo y poco a poco nos vamos distanciando. Por delante de nosotros avanza
decidido Raelf resguardado del sol por su paraguas rojo, que se convierte en
punto de referencia durante algunos kilómetros hasta que lo perdemos de vista,
lo mismo que a Anita y Gabriel.
Después de dormitar un rato y reposar la comida proseguimos la marcha contemplando el bonito crucero medieval de Santo Toribio. Al poco de emprender la bajada haia el valle aparece de repente ante nuestra vista el pueblo de San Justo de la Vega. La meta es Astorga, capital de La Maragatería, y ya sólo nos quedan cuatro kilómetros para llegar, de los casi treinta que tenía esta jornada. A pesar de su dureza se han hecho llevaderos gracias a la compañía de nuestros nuevos compañeros de viaje.
Tenemos ganas de llegar, pues estamos cansados. Entramos en
Astorga a través de pequeños huertos familiares, pero lo que nos llama la
atención es un edificio tipo nave industrial plagado de pararrayos en su
cubierta.
Para llegar al refugio hay que subir una cuesta con una pendiente
del 22% de desnivel que termina con las pocas fuerzas que llevamos. Resoplando
llegamos al albergue, nos inscribimos, tomamos posesión de la litera y la ducha
refrescante nos devuelve nuestra fuerza. En el dormitorio nos encontramos con Michel
y François. Su hijo pequeño, Denis, ya les acompaña de nuevo. Nos lo presenta y
cambiamos impresiones sobre estos días en que no nos hemos visto.
“Utréia à Simeón et Pedro
y a los brasileños de Sao Pablo.
Tout va bien pour nous!
Buen viaje.
David/ Emmanuelle”
Hay otro a continuación que dice:
“Como sé que a Simeón y
Pedro les gusta leer los mensajes yo también me apunto al ¡¡ULTREYA!!
Emilio”
Como tenemos tiempo visitamos la ciudad de Astorga. Vemos la
catedral y el Museo del Chocolate además de los restos romanos y de las
principales plazas y calles. Cenamos también en la ciudad, dado que en el
albergue no hay cocina donde preparar el alimento. Raelf, nuestro agradable
encuentro de este día, ha podido comprar alimentos para invitarnos a cenar,
pero ¡qué contrariedad! ¡No puede cocinarlos! Nos los enseña al llegar al
albergue. Lo trae todo, huevos, acelgas y demás, en los bolsillos interiores de
su chaqueta vaquera. A cambio nos quiere obsequiar con unos juegos de cartas,
pero tampoco dan resultado. Lo deja para mañana cuando lleguemos al albergue de
Rabanal del Camino y nos pide que anunciemos su actuación entre el resto de los
peregrinos. Estamos en plenos mundiales de fútbol en Francia y hoy otra vez ha
perdido España. Con el pésame por delante nos retiramos a descansar. ¡Menos mal
que pasamos del fútbol!
LA
SESIÓN DE CARTAS
(DE
ASTORGA A RABANAL DEL CAMINO)
La mañana está fresca. Hay nubes y parece que va a llover.
Recorremos la ciudad antes de despedirnos de ella y seguimos el camino
bordeando la carretera y caminando por ella. El primer pueblo que atravesamos
es Murias de Rechivaldo y paramos para contemplar la humilde y sencilla ermita
del Ecce Homo.
Apenas nos encontramos con gente. Sólo hemos saludado a un joven
que va a trabajar. Hasta Santa Catalina de Somoza lo hacemos por medio de
campos de garbanzos y huertos familiares. En la iglesia del pueblo paramos para
descansar. En su fachada hay una placa que dice:
“CREADA 1708
REFORMADA 1982
OBISPO ANTº BRIVAMIRABENT
PÁRROCO MARCOS LOBATO
MARTÍNEZ
PRESIDENTE ZACARÍAS
FERDEZ. PASTOR.
Domingo 4-JULIO- 82
J.M.B.”
En el atrio de la iglesia hay un portafolios de hierro forjado
que sostiene algunos comunicados oficiales así como una carta de un jubilado
que titula “Comunicado a todos los ciudadanos de Astorga” en el que expone sus
reivindicaciones.
En la torre de la iglesia de Santa Catalina no hay nidos de
cigüeñas, pero han ocupado sus piedras los cuervos.
De una casa contigua a la iglesia, con su huerto cercado con
piedras donde se cultivan patatas, como en casi todos los de las demás casas,
salen una señora fuerte de mediana edad y su hijo, un joven que va en pijama
rojo. Ambos llevan el palo de conducir al ganado. Van a sacar las vacas al
campo. Aprovechando el descanso doy un paseo por el pueblo y llego a la bonita
y amplia plaza rodeada de casas bajas construidas en piedra, con grandes
portalones de madera.
Pido más información al señor Francisco Cepera Martínez que con
78 años está barriendo la calle en el tramo de su casa. Le digo que el pueblo
está muy limpio y me contesta que siempre hay que limpiar. Barre despacio y sin
prisas, pero con agilidad. Con la boina bien calada a la cabeza y sin dejar de
mover la escoba de brezo me cuenta que aunque todavía está ágil su problema es
que no puede agacharse por culpa de la ciática. Le operaron, pero le dejaron
peor, según él. Cuando se quiere poner las zapatillas le tiene que ayudar su
mujer. Él solo no puede. Me cuenta que D. Aquilino murió a los 102 años y que
la última vez que tocó el tambor fue en un homenaje que le hizo el pueblo
cuando llegó a centenario.
–A ver si llegamos todos a esa edad –le digo.
–Yo seguro que no, aunque nunca se sabe. Cuando nos toque nos
tocará. Mientras tanto “hay que tirar de la piel”.
El señor Aquilino y su señora han celebrado las bodas de oro de
su matrimonio hace tres años, me cuenta y añade socarrón:
– ¡A ver si llegamos a las de diamante!
Cuando proseguimos la andadura y dejamos el pueblo nos
encontramos con que en la última casa nos ofrecen recuerdos fabricados por el
artesano el señor Bienvenido. A la puerta, como reclamo, está su señora que nos
invita a entrar y ver la artesanía. Se llama Alicia y es muy atenta. Hay cosas
interesantes, pero nos limitamos a comprar una calabaza de peregrino, pues
cargarse con
– ¡Que te dejo aquí y me voy solo! –dice imperativo.
No hay más remedio que levantarse, cargar con la mochila y
proseguir. Nos quedan ocho kilómetros para llegar a la meta del día. El camino
se vuelve brea y se pegan los pies al andar.
Cansados llegamos a Rabanal del Camino, un pequeño y bonito
pueblo en el que sus gentes son abiertas y acogedoras. Cuando lo visito me paro
a hablar con el señor Santos que después de jubilarse ha montado su taller de
artesanía en la antigua cochera de la casa y vende cruces, bastones para los
peregrinos y conchas, entre otras cosas. Las vieiras se las manda su yerno que
trabaja en un restaurante de Madrid.
Hago la compra en la tienda recién inaugurada. La regenta una
señora con un joven de unos 14 años. Todavía no ha pillado el ritmo. A la hora
de hacer la cuenta la hace a mano y tarda lo suyo en llegar al total. Por si
acaso y como no se fía de que esté bien hecha se la da a repasar a su madre. Ésta
la comprueba y nos cobra.
Terminada la sesión damos una vuelta por el pueblo y quedamos
para cenar en el bar. Lo hacemos con nuestros amigos de Pamplona. También van
al bar Anita y Gabriel, así como Raelf. En los postres me acerco a Raelf y le
entrego mi tarjeta, por si pasa alguna vez por Pamplona. - Allí tienes tu casa.
Le pregunto si le vamos a ver mañana y me responde:
–Yo mañana me desvío. Voy a ir a un pueblo donde hay un joven
que está enfermo y le voy a curar.
¿Quién es éste que adivina la vida personal y va en busca de
enfermos para curarles?