ATARDECER
EN IZAGA
Por
Simeón Hidalgo Valencia (31 de Octubre de 2016)
De nuevo aparezco
escribiendo en este blog, después de un mes de letargo y reposo, ya que otras
ocupaciones me tenían secuestrado, pero una vez liberado de esas cadenas vuelvo
a mostrar a mis lectores algunas de las maravillas de mi querido Valle de
Izagaondoa.
Con ocasión de la muy traída
y llevada Izaga Trail, la Asociación Grupo Valle de Izagaondoa había programado
una visita guiada a la ermita-basílica de San Miguel de Izaga para el día 27 de
octubre de 2016.
El día salió despejado,
caluroso y reposado por lo que media hora antes de lo programado ya estábamos
siete personas disfrutando de la altura y contemplando desde el silencio de la
montaña el inmenso paisaje que desde allí se divisa, esperando fueran las cinco
de la tarde.
Dos personas más
llegaron ascendiendo la montaña y otras dos chicas la subieron corriendo
entrenándose para la prueba que sería el domingo 30.
Tengo que confesar,
pecador de mí, que a mis 67 años era la primera vez que pisaba la Peña de Izaga
por la tarde y también decir que fue una experiencia fuera de lo común, pues el
sol con su luz vespertina pintó de oro,
como suele hacer al orto y al ocaso en días despejados, toda la naturaleza.
Llevé conmigo a Beltz,
que es mi nuevo compañero, y como el resto de los asistentes se sorprendió y se
bañó en la paz de la cumbre y en la luz del ocaso.
No voy a repetir aquí
las características arquitectónicas de la morada de San Miguel, con sus partes
románicas y sus modificaciones góticas; con su nave central y sus sendas naves
laterales; con sus sencillas portadas al sur y al norte (la primera románica, la
segunda gótica); con sus contrafuertes y sus internos arbotantes; con sus tres
niveles en la planta ascendiendo hasta el ábside central que es semicircular al
interior y poligonal al exterior; con su segunda iglesia formada en el crucero (lugar
del Criadico, mientras que el Amo San Miguel preside la cabecera principal).
Románico y Gótico se
armonizan junto al enigma de sus gruesas columnas y fuertes pilares; con su
imposta ajedrezada románica en el ábside central, interrumpida al acoplar las
terminaciones de la bóveda gótica; con sus arcos apuntados y de medio punto;
con su historia que remonta los siglos hasta llegar a los años finales del XI,
donde tenemos las primeras noticias del monasterio de San Miguel en la Higa de
Izaga, así como el del señor Cirici. (Quirico); con su leyenda al ser construida
en el lugar que ocupa y con el misterio del lugar de origen de sus sillares y
de cómo llegaron a la cima, lugar de culto precristiano, sin lugar a dudas.
Los que la veían por
primera vez quedaron impresionados de la grandeza de esta aparente ermita y ni
imaginarse podían que se iban a encontrar en su interior con una basílica, el
edificio religioso más importante desde mi punto de vista, arquitectónicamente
hablando, de todo el Valle de Izagaondoa.
La luz del atardecer
penetraba muy matizada por la ventana occidental y algún rayo se colaba por el
alabastro, yendo a iluminar la base del altar.
Comprobé la orientación
de la iglesia y el resultado es que parece fue replanteada en el solsticio de
verano, igual que la de San Martin de Guerguitiáin.
Cuando termina la
visita el sol desciende sobre el horizonte y las sombras se alargan sin
complejos.
Es el mejor momento del
día, con artefactos modernos que vuelan sobre nuestras cabezas en busca de
imágenes inéditas, reservadas hasta ahora a la vista de las aves.
Pero a mí me atrae,
como a los primitivos, el sol y hay quien se ensimisma en su paz y su luz y
hasta Beltz reacciona tranquilo mirando sosegado hacia el poniente, pues la
tarde cae y el alma se serena en arreboles vespertinos mientras se oculta junto
a la Higa de Monreal.