AIBAR: LA IGLESIA DEL SEÑOR GARCÍA DE
FORTUÑONES
Por Simeón Hidalgo Valencia (27-03-2015)
Tengo que confesar que cuando visité por primera vez la villa de Aibar
me impresionó la fisonomía de su silueta triangular en cuyo vértice superior se
levanta la iglesia de San Pedro. Sus empinadas calles serpentean hasta llegar a
ella y siguen sus pasos hasta lo más alto de la cumbre, donde actualmente está
el camposanto.
Hasta allí subí a descansar en su solana, tomarme el almuerzo, echar
una cabezada y divisar el amplio paisaje que desde ahí se divisa, cuando hace
ya muchos años me acerqué para recoger y estudiar las marcas que los canteros
grabaron en las piedras medievales.
Ya no quedan en lo alto, de aquella época más antigua, sino los restos de
su altivo castillo y una parte de la iglesia principal dedicada a San
Pedro. Testigos ambos, cada cual en lo
que le toca, de racias musulmanas, de guerras fronterizas y civiles, de siervos
que trabajan la tierra del gran valle, de amos que la señorean y oprimen y de hombres
libres que deciden su propio destino.
Pero no voy a hablar de esa iglesia dedicada a San Pedro, ni del
castillo humillado, aunque sus glorias se mantengan en los cuarteles de la
enseña de Aibar. Torres y llaves. Curiosa simbología que enlaza con tiempos clásicos y creencias romanos.
Quiero detenerme en otro edificio que surge en los arrabales de la
villa y en el llano, que no se ve ni tiene aires de grandeza, pero que a mí,
personalmente, me atrae mucho más por su sencillez de formas y líneas, sea
denominada como ermita o como iglesia de Santa María.
¿Que por qué me atrae esta
sencilla iglesia de Aibar?
Porque de alguna manera he conectado con su propia historia, porque me
atrevo a aventurar quién fue su comitente, porque sus piedras me hablan de
canteros medievales que graban signos en ellas a la manera de romanos o
egipcios, signos de los que poco sabemos aún con certeza, al margen de obsoletas
hipótesis decimonónicas. Aunque algunas claves más convincentes se van descubriendo
por estudiosos actuales, todavía el camino se sigue desbrozando para encontrar
la solución.
Además, porque con un poco de imaginación podemos ver los andamios de
madera colocados por el exterior de su ábside y a los distintos gremios
trabajando en su construcción, porque veo las obras paradas y a los
trabajadores emigrar a otras obras al cerrarse la compuerta de la financiación,
porque veo volver a alguno de los antiguos y a muchos más nuevos para terminar
la obra y porque da la impresión de que está casi tal cual se construyó allá
por los finales del siglo XII o comienzos del XIII, sin añadidos de torres, de
capillas laterales, de coros, púlpitos o sacristías tridentinas.
Pero hay otra razón más que para mi es importante y es que en esta
iglesia está el estilo de una escuela de tallistas o canteros medievales que he
estudiado con paciencia, aún lo sigo haciendo, cuyo mayor exponente parece ser
un tal Petrus, cuya firma dejó grabada en un capitel interior de la iglesia del
lugar de Guerguitiáin, en el Valle de Izagaondoa. “PETRUS ME FECIT”, escribió y
con ese gesto pasó a engrosar la lista de maestros rebeldes que rompen la norma
del anonimato, cuyos nombres di a conocer en otro escrito. [1]
En el libro “La ruta del maestro Petrus de
Guerguitiáin” escribí lo que sigue”
“La
iglesia de Santa María de Aibar es
románica con cabecera de ábside semicircular y nave única de cuatro cuerpos. A
simple vista se distinguen dos fases en su construcción.
La
primera fase corresponde a la cabecera y al primer tramo de la nave, que presentan
una unidad de estilo, donde sobresale la imposta ajedrezada que recorre el
conjunto y que separa el primer nivel
del segundo.
La
segunda fase de la obra corresponde a los tramos 2º, 3º y 4º de la nave así
como a la puerta románica que se abre del lado sur.
La
existencia de estas dos fases se confirma, en primer lugar, al estudiar las
numerosas marcas de cantero encontradas por todo el edificio, pues son
básicamente diferentes las catalogadas en una u otra fase y en segundo lugar,
por las huellas constructivas existentes: distinto tipo de sillares en una y
otra fase, línea clara vertical de los encuentros entre las dos fases y huecos
de sujeción de los andamiajes de la primera fase.
El
edificio corresponde a finales del S. XII. La fecha más exacta nos la podría
dar la investigación sobre un tal García Fortuñones de cuya muerte nos da
noticia un sillar grabado que forma parte de la primera hilada por encima de la
imposta ajedrezada del lado del evangelio. En él se dice “Nonas aprilis obiit senior Garcia Fortunionaes”. En mi
investigación particular he llegado a dar con un García Fortuñiones de
Badoztain que en la documentación recopilada por Ángel J. Martín Duque en su
libro “Documentación medieval de Leire (siglos IX a XII), aparece como auditor
y testigo en 1170. Si fuera este personaje al que hace referencia la
inscripción confirmaría la datación de la iglesia a finales del S. XII.
El 5 de Abril muere el señor García de
Fortuñones.
En
la segunda fase de la obra nuestro personaje, el maestro Petrus, parece que
trabaja también aquí, pues su huella es evidente en uno de los capiteles de la
nave. Su hechura estilística y la labra corresponden como un calco a lo visto
en Guerguitiáin.
Después
de lo que llevamos analizado no resulta difícil afirmar que estamos ante un
Petrus que ha perfeccionado la labra de la piedra y que realiza un capitel
sobrio pero con equilibrio y calidad artística. En él se representan los
motivos básicos de su estilo: Los zarcillos de vid y las cabezas humanas con
grandes ojos abiertos.”
Pero estudiada con mayor atención esta iglesia en posteriores ocasiones
me di cuenta de que hay otros dos motivos que se pueden referir a la escuela de
Petrus, uno de los cuales nos lo colocaría trabajando desde la primera fase de
la obra, pues representa el mismo motivo que el recogido en la también iglesia
petrina de Vesolla, en el Valle de Ibargoiti, que como en Aibar, fue la capilla
del señor del señorío medieval.
Si nos fijamos en la basa que sostiene la primera semicolumna derecha, según
miramos la cabecera de Aibar, veremos que se conserva aún uno de los motivos
que es común con la basa de la última semicolumna izquierda, siempre mirando al
altar, de Vesolla. Este motivo son dos cabecitas humanas que el paso del tiempo
y las caricias de las gentes ha ido desgastando y puliendo. Tanto en Santa
María de Aibar, como en Santa María de Vesolla se esculpen en los encuentro de
las caras de la basa. En Aibar se conservan las dos. En Vesolla se conserva
sólo una. La otra ha sido desgajada con golpe certero por alguien que la
querría para adorno particular en su casa o cosa parecida.
El otro motivo podría ser el capitel que se apoya en la última
semicolumna del lado izquierdo, en la que están presentes los zarcillos de la
vid en sus tres caras. En las dos laterales se representa además sendas aves,
que si bien pudieran ser catalogadas como perdices o codornices, la curvatura
de su cuerpo, el cuello y su pico, pudieran hacer referencia al IBIS egipcio,
con toda la simbología espiritual que esto conlleva, comentada también en la
publicación citada, en la que no entro en este momento.
Esto lo escribo para que los que el día 18 de Abril se animen a acudir
a la cita que la Asociación Grupo Valle de Izagaondoa ha programado para
realizar EL RECORRIDO MEDIEVAL por Aibar y San Zoilo de Cáseda, tengan algún
dato de lo que se va a ver y comentar más al detalle en esta ermita o iglesia,
según autores, de Santa María de Aibar.
A los que vengan, con mucho gusto les haré de guía y si quieren
colaborar con los proyectos de la asociación, podrán adquirir el libro “La ruta
del maestro Petrus de Guerguitiáin”, al precio de 10 €, que irán íntegros al
proyecto del PETRUS MUSEUM, que se está montando en el lugar de Lizarraga del
Valle de Izagaondoa. Conocerán mejor a uno de los canteros que trabajó en Santa
María de Aibar.
[1] http://elblogdesimeonhidalgo.blogspot.com.es/2014/09/maestros-romanicos-que-firman-su-obra_89.html